Nació, no se hizo. Ella, andrajosa, llegaba a la canchita de cemento del barrio. Lo hacía con la cara colmada de mugre, con los cabellos revueltos y las ropas flojas. Moría por jugar al fútbol. Pero había un detalle: no había sido invitada. Por eso, sus ganas eran reprimidas en un santiamén por el precoz machismo: “¡¡¡El fútbol es solo para hombres!!!” “¡¡¡¿Qué haces aquí?!!!” “¡¡¡Vete!!!”. Leer +
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