Medía 2,13 metros, pesaba 115 kilos, tenía un 58 de pie y en los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976 promedió casi 20 puntos y 13 rebotes por partido, llegando obtener en la final, contra la potentísima Estados Unidos, nada menos que 32 puntos y 19 rebotes, en tan sólo 23 minutos de juego... sin ser Jordan, ni ser estadounidense, ni tan siquiera jugar en la NBA. Su nombre, Uliana Semenova, una de las mejores jugadoras de la historia del baloncesto mundial que, en la década de los 70 y los 80, deslumbró a todo el planeta con sus dimensiones mastodónticas.
«Su valor se traduce en una sola palabra: arrasar», decía ABC sobre la jugadora soviética en 1980, asegurando que, «en el baloncesto femenino universal, ningún equipo puede pelearse con alguna seriedad a la URSS. Ninguno tiene a Uliana Semenova».
Y eso fue lo que hizo «Uli», desde que debutara con 16 años en la selección absoluta de su país, durante toda su carrera, arrasar. Su palmarés es impresionante: dos oros olímpicos (Montreal´76 y Moscú´80), tres mundiales y 10 Eurobasket consecutivos con el combinado nacional, a los que habría que sumar 17 campeonatos de Liga, 14 Copas de Europa (nueve de ellas también consecutivas) y una Copa Ronchetti con el TTT de Riga, equipo con el que debutó como profesional en 1968.
Una de las tiranías más autoritarias y espectaculares que se hayan visto en la historia deporte mundial, que le llevó a establecer un record personal de 56 puntos en un partido y perder tan solo un encuentro en los 18 años que estuvo al frente de la selección de la URSS, contra Estados Unidos, en 1986. Todo ello la convirtió, hace tres años, en la primera jugadora no estadounidense que la FIBA incluía en su Salón de la Fama.
Pero todo este éxito deportivo no hizo de su carrera un camino de rosas... más bien un camino de espinas. Su gigantesca estatura –«que en masculino equivalía a 2,30 metros»– se debía a una enfermedad llamada acromegalia, provocada por el exceso de una hormona del crecimiento denominada somatotropa, que le producía fuertes dolores. Esa misma enfermedad ha afectado a jugadores como Roberto Dueñas o Gheorghe Muresan. A los 13 años, Uliana ya medía 193 centímetros, mientras que ninguno de sus siete hermanos superaba el 1,80.
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